La revolución de los poetas

Si vuelves a cogerme la mano desde el otro lado de la mesa y me sonríes más de un segundo, voy a tener que disimular para no sonrojarme más de la cuenta mientras intento acallar al dragón que habita entre mis entrañas, hambriento. Siempre ha sido partidario de marcar el territorio, pero juro que no me haré responsable si le despiertas ahora. Mis manos son un río cristalino de gran corriente, ves lo que hay pero no eres capaz de averiguar a dónde te puede llevar, aunque no me importaría desembocar en tus metafóricas playas de agua salada, mi segunda casa. Llamo casa a tu clavícula, al tatuaje de tu muñeca derecha, a los setenta y dos centímetros de tu espalda. Tú que dices que estoy loca, pero hasta el menos curioso se para a mirar cuando te beso por la calle, maldiciéndonos y envidiándonos al mismo son. Me das ganas de tirarme a una piscina de hielo, de correr una maratón, de pagarle a tu jefe a cambio de más tiempo contigo, de escribirte. Y es que déjame decirte, amor, que si quieres conocer lo que es amar en estado puro, has elegido bien.
Si vuelves a cogerme la mano desde el otro lado de la mesa 
y me sonríes más de un segundo, 
no voy a poder contenerme 
y voy a iniciar la revolución de los poetas. 

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