Qué bonita la vida

No importa de dónde vengas, ni a donde te dirijas. Quizás a nadie le interesen tu bandera, tu filosofía, tu memoria y tus ideas, quizás sólo te quieran por lo que puedas dar, por lo que sepas hacer y lo que calles, lo que guardes detrás. Da igual si eres de los que piensan que te comes el mundo cada mañana, de los que se les caen las paredes vacías de una casa sin vida, de los que actúan haciendo lo que les da la gana, de los que de los que tienen tantas cosas que decir que lo único que consiguen es tener la voz dormida. Habrá quien intente convencerte de que tienen la razón, que la vida se vive como ellos lo hacen, que los demás sólo son un intento de ser reales. Pero, ¿sabéis? Si algo me han enseñado en clase, es que absolutamente todo es relativo. La vida no es más que un puñado de años metidos en un reloj de arena, y la partida se juega con las cartas que te tocan, no vale llorar, no vale quejarse, es lo que hay y tienes que apostar con eso. Que lo de que te jodan y te hagan trampas no son más que palos, pero qué sería de nosotros sin la superación de cada día, sin las noches en vela, sin los finales no felices, sin las montañas rusas, sin las canciones que odiamos y que siempre ponen en la radio... Ahí está la gracia. Y si a pesar de eso sonríes, estarás ganando la partida a la mismísima puta que es la vida.
Y es que la vida es un engaño en la medida en la que tú mismo te dejes engañar, independientemente del bando en el que estás.

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