Me moriré de ganas de decirte que te voy a echar de menos

No sé cómo no pude darme cuenta de que hemos vuelto a lo mismo, a las risas condicionadas con los besos que vienen después, a las caricias que se convierten en manos firmes y seguras moldeando las tuercas que me articulan. Estamos enganchados a este juego de vicios, incomparable al poker o al blackjack de tan tentador que es, muriendo juntos en cada respiración agitada, despertando entre las mismas sábanas gastadas. Mis manías no frenaron nunca tus manos, ni tus quejidos mis locuras, fuimos los mejores amigos, los mejores amantes e hicimos las mayores travesuras. Quisimos todo y nos quedó nada, no supimos controlar la partida ni jugar nuestras cartas, y yo salí perdiendo porque era la que más apostaba. Jugamos a ser más de lo que somos en esta habitación con las paredes rayadas de luz, nos engañamos a nosotros mismos pensando que no nos hacíamos daño, pero ya no me creo nada de toda aquella magia, sólo me queda el agujero del pecho, el que tú vaciaste poco a poco, beso a beso, trago a trago. Y ni te imaginas lo mucho que te quiero, que después de ti ya lo único que me queda por perder el el tiempo pero me resigno intentando recordar como olvidarte, si es que alguna vez conseguí hacerlo. Necesito salir, respirar de mis textos, llenarme de buenos recuerdos y sacar lo que destrozó el alma para quedarme sola y sin tormento, que se olviden de mí los demonios que me buscan del infierno, que me visiten el amor y la alegría, que se vayan la nostalgia y el sufrimiento. Por eso te dejo aquí solito ahora, porque sé que me necesitas como al aire de la atmósfera en la que naciste, pero también sé que encontrarás a otra y si algo me enseñaste es que cuando sientes que no hay más, debes retirarte con la cabeza alta. Así que eso hago, me voy, desaparezco pero no abandono, seré tu ángel, la que cuida de ti como un tesoro día y noche, solo o mal acompañado. Espero que estés contento, por fin lo entendí: a veces el amor dura, a veces duele a morir.

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