Eran las cuatro de la madrugada y yo aún estaba despierta. No podía dormir, tenía un nudo tremendo en el estómago, tenía calor y no podía parar de pensar en mil cosas sin ser capaz de evitar irme de unas a otras casi sin darme cuenta. Fue tu ausencia la que desmoronó del todo. Pensé en eso que me habías dicho, pensé que todo se nos había ido de las manos, que ya no te estaba perdiendo, que te había perdido, que estábamos en mundos diferentes. Y eso que tú eras la única cosa que me mantenía estable, que ahora que te has ido está todo patas arriba otra vez. Añoro esa inocencia que nos rodeaba en todo, la perfección de nuestros momentos, la forma de alargarlos. Que no sé ser yo sin ti, que no sé caminar sin que me des la mano, no soy capaz de dormir como lo hacía antes, sabiendo que tú pensabas en si yo estaría haciendo lo mismo y nunca te quedabas con la duda, me lo preguntabas. Eras la persona que borraba mis rutinas y mis tardes de aburrimiento, no había dos momentos iguales, me ayudabas con todos mis problemas, con mi familia, con mis amigas o con los capullos que me trataban mal. Y yo hacía lo mismo. ¿Te acuerdas de eso o ya se te ha olvidado? No es fácil para mi decir que dependo de alguien, pero en tu caso lo gritaría mil veces, porque así no puedo, a ver si lo entiendes. Echo de menos las pequeñas cosas, las resacas que he tenido que aguantar, las tardes de sol, el olor del agua salada del mar pegada a la piel, las noches de terrible frío, nuestros planes locos de futuro... Uy, ya es de día, creo que me quedé dormida pensado en ti.
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