Me has enseñado tú,

Una vez alguien muy sabio me dijo que lo más valioso del mundo no eran los diamantes, ni la información, ni siquiera los billetes, sino el tiempo. Yo no le creí. Me negaba a aceptar que algo así pudiera tener tal valor, tan insignificante, tan intangible, tan relativo... Con los años me he dado cuenta de la razón que tenía. Por si aún no te has dado cuenta, sólo tienes que pensarlo por un momento: nos pasamos la vida buscando lo perfecto, y no nos damos cuenta que la perfección está en las imperfecciones del día a día. Dejamos escapar sensaciones y experiencias únicas porque creemos que no son lo suficientemente buenas, ¿pero de verdad llegamos alguna vez a encontrar algo mejor? Ya te digo yo, desde el fondo de este agujero llamado mundo, que ni lo has encontrado, ni lo vas a encontrar. Nada es perfecto siempre, todo pasa, no podemos pretender tener algo que sea siempre bueno, porque nuestra naturaleza nos impide que mañana nos guste lo mismo que hoy. Está bien eso de ponerse metas, de intentar lograr objetivos de los que te sentirás orgulloso u orgullosa, pero seguramente no consigas ser más feliz que la primera vez que vas a la playa cada verano, o en el beso que le das a tu madre cada noche antes de irte a dormir. A veces nos concentramos tanto en una cosa que queremos, que se nos olvidan las demás y las vamos perdiendo poco a poco, porque pensamos que al final de esa cosa habrá algo que nos recompense por el sacrificio. Pero no. Te lo estás perdiendo ¿no lo ves? Lo que intento decirte es que aproveches el alba para mirar al horizonte como si no hubiera mañana. Lo que intento que entiendas es que la perfección que buscamos, el éxtasis, la felicidad, la puedes encontrar en cualquiera de los polvos que le eches a tu novio, en cada taza de leche caliente que te tomes por la mañana o en cada martes por la noche viendo tu serie favorita. No pretendas empezar y acabar las cosas, porque entre unas y otras te estarás perdiendo la esencia de esta historia llamada vida.