Café de madrugada.


Cada vez que parpadeaba me parecía que sería la última antes de caer en el inevitable sueño. Llevaba metida en esa gran sala de paredes blancas cubiertas por estanterías cargadas de libros tantas horas que había perdido ya la cuenta.

Rebusqué en el bolso y encontré el móvil. Miré la hora. Las 6 y media de la mañana. Uf. Saqué del bolso también mi pequeño reproductor de música. Pensé que me iría bien despejarme un poco, así que aprovechando que estaba completamente sola en la estancia, subí los pies encima de la mesa y eché la cabeza hacia atrás. Me coloqué los auriculares y me puse la música a tope. Nada me gustaba tanto como eso. Mientras El Canto Del Loco inundaba mis oídos, decidí ir a por un café a una cafetería que había enfrente de la biblioteca. Recogí mis bártulos y me fui. Entré en el acogedor lugar y tomé asiento en una mesa al lado de una ventana. Solo un par de personas estaban desayunando allí. Un camarero se acercó a mí y pedí un café muy cargado sin mirarle. Dos minutos después, tenía el café entre las manos. Justo después de dar el segundo sorbo, el camarero se sentó enfrente de mí. Me sorprendí, pero el chico no estaba nada mal. Tendría mi edad o quizás un par de años más. Se pasó la mano por el pelo castaño y me sonrió. Oh, que sonrisa tan bonita. Sus ojos marrones se pararon en los míos y me dijo que qué me sucedía. Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía la boca abierta y le contemplaba con admiración. Inmediatamente me excusé y le dije que tenía mucho frío. Sin pensárselo dos veces, el chico se cambió de asiento, se puso a mi lado y me pasó el brazo por detrás. Sin dejarme tiempo de reacción, me dijo que se llamaba Iván y que trabajaba en la cafetería de Lunes a Viernes por las mañanas. Me contó que estaba estudiando imagen y sonido y que le gustaría tener su propio estudio de fotografía algún día. Me quedé patidifusa. Sentí algo muy raro. Me puse tan nerviosa que dejé dos euros encima de la mesa y con un simple adiós salí disparada hacia la biblioteca. Cuando estuve allí no quise pensar en ello, pero pronto las dudas colapsaron mi cabeza. ¿Eso que había sentido es lo que en las películas llaman flechazo? ¡Me encantaba ese chico! Mi comportamiento había sido vergonzoso, pero quería volver a verle. ¿Debería volver ahora mismo? ¿O quizás mañana? Uf, uf, uf. Preferí escuchar al corazón y este me dijo que volviera a la cafetería en ese momento a luchar por lo que quería.

Cinco minutos después entraba de nuevo allí, esta vez sólo estaba él. Iván me vio entrar y rápidamente bajó la cabeza. Me acerqué a él con decisión y le pedí dos cafés, después me senté en la misma mesa. Cuando me los trajo, le dije que uno era para él y que se sentara a mi lado. Le pedí disculpas por mis formas y le expliqué que me había puesto muy nerviosa. Él me entendió enseguida y empezó a sonreír. Empezamos a hablar. Éramos como niños, contándonos nuestras cosas sin conocernos de nada. El amor se palpaba desde el primer minuto. De repente, Iván se inclinó hacia mí y yo, estúpida, cogí la taza de café y le di un largo trago, cortándole las posibilidades. Me miró con cara interrogante. Me daba vueltas la cabeza, pero conseguí sacar a la luz una idea: ahora o nunca. Le agarré suavemente la cara y le besé con dulzura. Él me siguió encantado, pero rápidamente se separó de mí y con cara de asco me dijo que sabía a café. No pude contenerme y me eché a reír. Me abrazó con fuerza y me besó mientras la luz del Sol daba la bienvenida a la mañana. Ahora adoro estudiar de noche.

Comentarios

Entradas populares